"Cada herida, cada lágrima derramada por nuestros compañeros santiaguinos es un recordatorio de que el camino hacia la emancipación está lleno de sacrificios. Y, sin embargo, lo que ellos nos legaron fue algo más valioso: la certeza de que la lucha por la justicia es eterna, y que su eco resuena en cada rincón de la UNASAM"
Aquella mañana del 10 de octubre de 2012, la Universidad
Nacional Santiago Antúnez de Mayolo no simplemente fue testigo de un
enfrentamiento entre estudiantes y fuerzas del orden; fue el punto de inflexión
de un conflicto más profundo, el choque de dos fuerzas opuestas: la juventud
universitaria, llena de ideales y ansias de justicia; y un sistema enquistado
en la indiferencia y la corrupción.
Aquel día, los estudiantes santiaguinos se alzaron con
valentía, no por ambición personal ni por deseos mezquinos, sino por la noble
causa de exigir una universidad científica y humanista, verdaderamente al
servicio del pueblo. Esa protesta, nacida del descontento ante la corrupción y
la indiferencia de las autoridades, fue una manifestación del espíritu más puro
de la juventud: el que no se doblega, el que no se arrodilla ante la injusticia,
el que no calla cuando ve que sus derechos son pisoteados.
Fue así como el clamor de los jóvenes universitarios se
alzó no solo como un grito de protesta, sino como el eco de una herida
histórica que sigue abierta, que duele y arde en cada generación que se atreve
a desafiar el destino impuesto. Fue una jornada en la que se luchó no solo por
el presente, sino por un futuro que se niega a ser silenciado y relegado a la
oscuridad.
Aquellos estudiantes, con el alma encendida por el fuego
de la juventud, intentaron abrir una brecha en el revestimiento de indiferencia
que cubre nuestra realidad. Su lucha, aunque empañada por el caos y los gases
lacrimógenos, fue la continuación de una batalla antigua, una batalla por la
dignidad que no conoce tregua. Huaraz, con sus montañas que parecen inmóviles y
sus cielos taciturnos, observaba de cerca, cómo, una vez más, los hijos del
pueblo eran aplastados por las manos invisibles del poder. Las bombas
lacrimógenas y los golpes recibidos ese día no fueron solo contra sus cuerpos;
fueron ataques a la esperanza de una juventud que se niega a ser domesticada.
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