jueves, 10 de octubre de 2024

UNASAM: REFLEXIONES A DOCE AÑOS DESPUÉS DEL DENOMINADO "SHANCAYANAZO"

"Cada herida, cada lágrima derramada por nuestros compañeros santiaguinos es un recordatorio de que el camino hacia la emancipación está lleno de sacrificios. Y, sin embargo, lo que ellos nos legaron fue algo más valioso: la certeza de que la lucha por la justicia es eterna, y que su eco resuena en cada rincón de la UNASAM"


Aquella mañana del 10 de octubre de 2012, la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo no simplemente fue testigo de un enfrentamiento entre estudiantes y fuerzas del orden; fue el punto de inflexión de un conflicto más profundo, el choque de dos fuerzas opuestas: la juventud universitaria, llena de ideales y ansias de justicia; y un sistema enquistado en la indiferencia y la corrupción. 

Aquel día, los estudiantes santiaguinos se alzaron con valentía, no por ambición personal ni por deseos mezquinos, sino por la noble causa de exigir una universidad científica y humanista, verdaderamente al servicio del pueblo. Esa protesta, nacida del descontento ante la corrupción y la indiferencia de las autoridades, fue una manifestación del espíritu más puro de la juventud: el que no se doblega, el que no se arrodilla ante la injusticia, el que no calla cuando ve que sus derechos son pisoteados.

Fue así como el clamor de los jóvenes universitarios se alzó no solo como un grito de protesta, sino como el eco de una herida histórica que sigue abierta, que duele y arde en cada generación que se atreve a desafiar el destino impuesto. Fue una jornada en la que se luchó no solo por el presente, sino por un futuro que se niega a ser silenciado y relegado a la oscuridad.

Aquellos estudiantes, con el alma encendida por el fuego de la juventud, intentaron abrir una brecha en el revestimiento de indiferencia que cubre nuestra realidad. Su lucha, aunque empañada por el caos y los gases lacrimógenos, fue la continuación de una batalla antigua, una batalla por la dignidad que no conoce tregua. Huaraz, con sus montañas que parecen inmóviles y sus cielos taciturnos, observaba de cerca, cómo, una vez más, los hijos del pueblo eran aplastados por las manos invisibles del poder. Las bombas lacrimógenas y los golpes recibidos ese día no fueron solo contra sus cuerpos; fueron ataques a la esperanza de una juventud que se niega a ser domesticada.


Hoy recordamos a aquellos jóvenes valientes no como víctimas de un sistema opresor, sino como héroes de una causa que sigue viva. Porque la lucha por una educación digna, libre de las cadenas de la corrupción y el oportunismo, es una batalla que no se gana en un solo día. Es una lucha que nos convoca a todos, hoy y siempre. Y aunque los tiempos cambien, aunque las máscaras del poder se renueven, el espíritu de esa juventud rebelde seguirá vivo en cada uno de nosotros.

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