El
reciente encuentro entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska fue presentado,
según los propios líderes, como un intento de abrir un camino hacia la paz en
Ucrania, pero paradójicamente sin la participación de Ucrania, demostrando de
esa forma, la manifestación más clara de la paradoja que atraviesa la política
internacional contemporánea, en la muchas veces, los verdaderos protagonistas
de un conflicto son sistemáticamente marginados de la mesa en la que se deciden
su destino.
La
paradoja, desde esa perspectiva, se evidencia en el sentido de que se habla de
una guerra que pertenece a Ucrania, de un conflicto que desangra a un pueblo
que resiste en su propio territorio, y sin embargo las posibles salidas parecen
depender de la conversación privada de dos potencias que no son parte directa
del campo de batalla. La voz del país invadido queda marginada, como si fuera
apenas un escenario y no un actor de su propia tragedia.
Definitivamente,
desde nuestra perspectiva creemos que este silencio no es un gesto neutral. Encierra,
por el contrario, una lógica de poder que recuerda que la diplomacia mundial
todavía responde a equilibrios de fuerza, y que las decisiones fundamentales no
emergen de los foros multilaterales ni de las voluntades colectivas, sino de la
capacidad de negociar en los márgenes, entre bastidores, lejos de los
reflectores.
El
mensaje que se proyecta al mundo es realmente muy inquietante, porque mientras
los medios intentan descifrar lo que pudo haberse dicho, mientras los mercados
contienen la respiración, mientras la opinión pública mundial reclama claridad,
Putin y Trump parecen haber devuelto al escenario global la vieja idea de que
las guerras pueden decidirse sin los pueblos que las padecen.
Quizá
ese sea el verdadero trasfondo de este silencio. La demostración de que la
política internacional sigue siendo una partida cerrada, donde la transparencia
es excepción y la opacidad se convierte en norma. Lo inquietante no es solo lo
que se dijo a puertas cerradas, sino lo que se silenció de manera deliberada.
En
tiempos de incertidumbre global, ese silencio pesa tanto como una declaración
de guerra.
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